Publicado en Vanguardia Liberal en junio 30 de 2010
Hace unas semanas estuve en la velación de una señora en el Café Madrid. La difunta recibió una bala perdida en la frente, mientras departía con familiares en la entrada de su “rancho”. En el sitio donde estábamos sentados, sobre rústicas tablas, aun permanecían en el suelo rastros de la tragedia.
Me impresionó -sobre todo- el miedo y la desesperanza que vi reflejados en el rostro de los asistentes. Este no es un caso aislado, ya que las noticias diarias sobre muertes y atracos en Ciudad Norte y otras zonas deprimidas de Bucaramanga, confirman el inquietante proceso de degradación social que se vive en estos asentamientos inhumanos. Allí, la miseria extrema, la promiscuidad, la pésima alimentación, las carencias educativas y la ausencia total de oportunidades se convierten en un excelente caldo de cultivo para las múltiples violencias registradas.
Como lo advierte un Editorial de Vanguardia, la inseguridad no sólo se expande en estas barriadas, sino que se ha tomado prácticamente toda la ciudad. En barrios antes tranquilos, hoy los vecinos sienten temor de salir a la calle. El problema no es sólo de Bucaramanga, es un inquietante fenómeno que padecen los habitantes de todas las ciudades colombianas. Por ello no sorprende que en el último Índice Global de Paz (GPI-2010) Colombia esté clasificado como el país más violento de América y uno de los más violentos del mundo. Puesto 138, muy cerca de Irak que está en el 149, el último.
El presidente Uribe cree que el complejo problema de la inseguridad se arregla con medidas elementales, como aumentar el gasto militar y policial. Pero resulta evidente que gran parte de la violencia colombiana está asociada a la extrema pobreza, a la injusticia, la ignorancia y la falta de oportunidades.
Y que estas lacras se derivan de un anti-modelo de desarrollo que exacerba las desigualdades. Eso que llaman seguridad democrática es tal vez la causa principal de la tremenda inseguridad urbana que hoy padecemos, pues se apostaron todas las fichas a la guerra y se menospreciaron los temas social, educativo y de empleo. Si el presidente electo Santos pretende realmente cumplir sus promesas de mejorar la calidad de vida de los colombianos, deberá romper su promesa de campaña de continuar las políticas de Uribe, cuyo gobierno fue calificado como “un asco” por Cesar Gaviria.
Hace unas semanas estuve en la velación de una señora en el Café Madrid. La difunta recibió una bala perdida en la frente, mientras departía con familiares en la entrada de su “rancho”. En el sitio donde estábamos sentados, sobre rústicas tablas, aun permanecían en el suelo rastros de la tragedia.
Me impresionó -sobre todo- el miedo y la desesperanza que vi reflejados en el rostro de los asistentes. Este no es un caso aislado, ya que las noticias diarias sobre muertes y atracos en Ciudad Norte y otras zonas deprimidas de Bucaramanga, confirman el inquietante proceso de degradación social que se vive en estos asentamientos inhumanos. Allí, la miseria extrema, la promiscuidad, la pésima alimentación, las carencias educativas y la ausencia total de oportunidades se convierten en un excelente caldo de cultivo para las múltiples violencias registradas.
Como lo advierte un Editorial de Vanguardia, la inseguridad no sólo se expande en estas barriadas, sino que se ha tomado prácticamente toda la ciudad. En barrios antes tranquilos, hoy los vecinos sienten temor de salir a la calle. El problema no es sólo de Bucaramanga, es un inquietante fenómeno que padecen los habitantes de todas las ciudades colombianas. Por ello no sorprende que en el último Índice Global de Paz (GPI-2010) Colombia esté clasificado como el país más violento de América y uno de los más violentos del mundo. Puesto 138, muy cerca de Irak que está en el 149, el último.
El presidente Uribe cree que el complejo problema de la inseguridad se arregla con medidas elementales, como aumentar el gasto militar y policial. Pero resulta evidente que gran parte de la violencia colombiana está asociada a la extrema pobreza, a la injusticia, la ignorancia y la falta de oportunidades.
Y que estas lacras se derivan de un anti-modelo de desarrollo que exacerba las desigualdades. Eso que llaman seguridad democrática es tal vez la causa principal de la tremenda inseguridad urbana que hoy padecemos, pues se apostaron todas las fichas a la guerra y se menospreciaron los temas social, educativo y de empleo. Si el presidente electo Santos pretende realmente cumplir sus promesas de mejorar la calidad de vida de los colombianos, deberá romper su promesa de campaña de continuar las políticas de Uribe, cuyo gobierno fue calificado como “un asco” por Cesar Gaviria.
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