En 1975 tuve la oportunidad de
visitar Siria; aprovechando que en esos años realizaba un postgrado
en Rumania, país que queda relativamente cerca. Desde niño me
interesaba visitar su capital –Damasco- que había conocido a
través de lecturas escolares de los famosos cuentos de Sherezade,
Las mil y una noches. Tengo buenos recuerdos de este viaje, pues
amigos árabes que estudiaban en Rumania me suministraron direcciones
de familiares de ellos en Siria y Líbano; personas que nos
recibieron con la mayor hospitalidad. Damasco
es también considerada una de las ciudades habitadas más antiguas
del mundo.
Por
ello, no deja de ser paradójico que precisamente en esas ciudades
del Próximo Oriente se hayan registrado tantos problemas en las
últimas décadas, sintomáticos de graves retrocesos culturales. El
último capítulo es el uso de armas químicas, prohibidas desde 1997
por la Convención sobre la Prohibición de Armas Químicas. Hoy solo
cinco países las permiten: Angola, Corea del Norte, Sudan, Egipto y
Siria. Sin embargo, hay países que firmaron el convenio pero
todavía tienen depósitos de armas químicas no destruidos: Libia,
Japón, Estados Unidos y Rusia. Por lo mismo está bien que Estados
Unidos condene el uso de estas terribles armas; aunque debería
empezar por eliminarlas de su propio territorio.
Por
lo demás, los gases lacrimógenos y otros usados para “controlar”
manifestaciones son considerados armas químicas; sin embargo vemos
que la policía de muchos países las utiliza. Algunos con resultados
fatales, caso reciente de una mujer cerca a Cartagena. En el año
2002, cuando rebeldes chechenos tomaron rehenes en un teatro de
Moscú, la policía uso gases incapacitantes que mataron cerca de 100
personas. El gas usado en Siria fue Sarín, una peligrosa sustancia
que puede ser fabricado artesanalmente; como fue confirmado en el
atentado realizado por terroristas en el metro de Tokio, en 1995.
De
tal manera que el tema es complejo y no resulta fácil determinar de
dónde vienen estos gases. En este sentido, Estados Unidos debería
reflexionar sobre los inquietantes efectos de un ataque aéreo a
Siria; bombardear depósitos químicos podría dispersarlos con
efectos imprevisibles para la población civil. A estas alturas del
partido ya debería estar claro que la violencia solo trae más
violencia.
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