Publicado en Vanguardia Liberal en julio 8 2009
Estupefactos quedamos con el panegírico de la Procuraduría a favor de la barbarie taurina y las riñas de gallos. En la apología al maltrato animal faltó incluir las sangrientas peleas de perros. Para la Procuraduría estas barbaridades “son expresiones culturales y artísticas (¿¿??) que nos identifican como colombianos”.
Caracol realizó la semana pasada una encuesta en la que preguntó “¿Es tolerable la crueldad en la tauromaquia y las riñas de gallos?” El 99.4% de los encuestados respondió que NO, como en encuestas anteriores. Así que no sé de dónde sale el cuento de que los colombianos nos identificamos con estos “espectáculos” arcaicos, que solo permiten ocho países. Más bien la mayoría nos avergonzamos de que Colombia sea uno de esos países.
Pero aún en esos pocos países que toleran la tauromaquia, muchos ciudadanos intentan salirse del patético club. La semana pasada le fue entregado al Parlamento de Cataluña (Barcelona) una solicitud para prohibir las corridas. Encuestas realizadas demostraron que el 73% de los ciudadanos está de acuerdo para suprimirlas.
También nos produce bochorno en Colombia que éste sea el país más violento de América y uno de los más desiguales, corruptos e iletrados del mundo. Es que una cosa no excluye la otra. Preocuparse por la niñez desamparada no es incompatible con inquietarse por la violencia contra los animales. Schopenhauer afirmaba que “Una compasión sin límites por todos los seres vivos es la prueba más firme y segura de la buena conducta moral”.
Los antepasados precolombinos pedían permiso a la madre tierra antes de salir a la caza de animales, que les servían para alimentarse o abrigarse. Matar animales para alimentarse -causándoles el mínimo sufrimiento- es un hecho natural, ya que los humanos hacemos parte de las cadenas alimenticias. Otra cosa muy diferente es torturarlos lentamente y con sevicia, con el propósito de obtener un insólito placer.
La barbarie taurina fue importada durante la invasión europea a estas tierras. Pero incluso en Europa recibía y recibe fuertes críticas. Recordemos la Bula “De Salutis Gregis Dominici”, promulgada en 1567 por San Pío V, que prohibía “terminantemente” “bajo pena de excomunión” “estos espectáculos en los que corren toros en el circo o en la plaza pública” que “no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana” “espectáculos cruentos y vergonzosos, no de hombres sino del demonio”.
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