Publicado en Vanguardia Liberal en julio 17 de 2013
Un
reciente estudio concluye que cerca de 470.000 personas mueren cada año por exposiciones
al ozono troposférico (presente en el aire que respiramos), que ocasiona
trastornos pulmonares y respiratorios (Environmental Research Letters, 2013).
El estudio estima igualmente que más de
dos millones fallecen por exposiciones a partículas llamadas PM 2.5. Estas partículas muy
pequeñas penetran profundamente en los
pulmones y están asociadas a accidentes cardiovasculares y cáncer de pulmón.
Este
tipo de enfermedades ocasionan serios estragos en todo el mundo (aunque la
contaminación del aire no es la única causa de las mismas). En el Estudio Mundial
sobre Carga de la Enfermedad (OMS) se informa que “las enfermedades
cardiovasculares, los accidentes cerebrovasculares, la enfermedad pulmonar
obstructiva, las infecciones
respiratorias” (entre otras) “se cuentan
entre los enemigos número uno de la salud de los colombianos”.
El problema se complica pues la calidad del aire tiende a
deteriorarse; sobre todo en países como Colombia donde los alcaldes todavía
piensan que estos problemas de alta
complejidad se arreglaran con un día sin carro. En el ámbito mundial las cosas podrían
agravarse por un paradójico fenómeno. En los años 80 se generó una alarma
mundial pues la capa de ozono estaba siendo destruida por los clorofluorocarbonos;
las imágenes mostraban la existencia de un hueco sobre la Antártida y un
peligroso aumento de las radiaciones
ultravioleta. Por lo mismo estas sustancias fueron prohibidas por el Protocolo
de Montreal (1989) y después la ozonosfera empezó a recuperarse.
Pero recientes estudios advierten que la recuperación de la capa
de ozono podría traernos un inquietante e
inesperado efecto secundario. Al aumentar la concentración de ozono en la
estratosfera, efectivamente las radiaciones ultravioleta están regresando a
niveles aceptables. Pero, al mismo
tiempo, como resultado del calentamiento global parte del ozono estratosférico (que
a gran altura es benéfico) podría trasladarse
a bajas alturas (troposfera) y ahí agravar los problemas sanitarios que ya
causa el ozono en el aire de las ciudades (Science & Vie, junio 2013).
La conclusión es que toca redoblar los esfuerzos para controlar
los gases de invernadero (metano, bióxido de carbono, otros), sin descuidar los que agotan el ozono (clorofluorocarbonos).
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