¿La
paz es firmar un papel? Se pregunta Magola, el personaje de la tira cómica de
El Espectador. Ella misma responde: “La
paz es tener casa, educación, oportunidades, comida, igualdad, salud, trabajo”.
Y sí, mientras millones de colombianos no tengan sus necesidades mínimas
satisfechas, será muy difícil que la paz se instale en este sufrido país.
En
Centroamérica se desarrollaron hace años procesos de paz con grupos armados. Sin
embargo, en la actualidad este subcontinente es –según reciente informe de las
Naciones Unidas- “una
de las zonas más violentas del planeta”. En el Salvador, que firmó sus acuerdos
de paz en 1992, se incubó la pandilla Mara Salvatrucha, que hoy cuenta con
30.000 temibles integrantes. La semana pasada el gobierno gringo los clasificó
como “uno de los grupos criminales más peligrosos del mundo”.
Allá como acá, niños y jóvenes sin acceso a
la educación ni al trabajo digno ni a la esperanza son
presa fácil de las bandas armadas; sean sus integrantes guerrilleros, narco
paramilitares o delincuentes comunes. En gran medida, como una estrategia de
supervivencia, muchos se asocian a pandillas que aterrorizan a la población.
Todo esto ocurre en esas bombas de
tiempo en que se han convertido las barriadas populares –auténticos
asentamientos inhumanos- en Centroamérica, pero también en Colombia y otros
países de América Latina. Salvo algunos desadaptados aficionados al twitter, la mayoría de los colombianos estamos hasta la coronilla de esta interminable guerra fratricida. De ahí que hay que apoyar decididamente el proceso iniciado esta semana en Oslo. También es importante reconocerle al presidente Santos su liderazgo en el tema. Pero igualmente hay que cuestionar que su gobierno no se ha apartado un ápice de la receta neoliberal que nos ha llevado a la catástrofe social en que nos encontramos.
Un antimodelo de “desarrollo” que destruye la producción nacional (agrícola e industrial) y por este camino dispara el desempleo, la informalidad y la pobreza, nunca nos permitirá alcanzar la anhelada paz. Todo lo contrario.
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