Publicado en Vanguardia Liberal en julio 4 de 2012
Las
islas son sitios -en verdad- paradisiacos. Las conozco muy bien desde niño ya
que la casa de mis padres en Cartagena se encontraba ubicada a unos 100 metros
de la bahía. Y muy cerca existía una pequeña isla, que llamábamos la Isla del
Diablo.
Hoy
no quedan rastros de esa islita que visitábamos con frecuencia (en canoas) los
niños y jóvenes de esos lejanos años cincuenta y sesenta. Todo ese sector de la
bahía fue rellenado y pavimentado para la construcción de muelles y bodegas y
pocos rastros quedan de esos bellos y productivos paisajes. Productivos porque
en esos sitios los pescados, camarones, caracoles y cangrejos abundaban; no recuerdo que la
gente “pobre” se quejara de hambre en esos años. Es la diferencia con la
pobreza de hoy.
Aparte
de problemas relacionados con la alocada expansión urbana que se practica en países
como Colombia, las islas están amenazadas de desaparición por el incremento del
nivel de los mares generado por el calentamiento global; fenómeno pronosticado
hace más de 20 años por los científicos.
Infortunadamente estas
predicciones se transformaron en una inquietante realidad. Un informe del Instituto
de Investigaciones Marinas y Costeras (publicado en El Tiempo, domingo pasado)
advierte que el fenómeno marino amenaza los archipiélagos de San Andrés,
Providencia y Santa Catalina, las islas del Rosario y otras islas colombianas.
Estas zonas pierden –en promedio- un metro de playa cada año. Sobre la perdida
de playas en Cartagena, a causa del aumento del nivel del mar, he escrito
varias notas en este espacio, la última en diciembre 28 del año pasado.
En
el año 2006 escribí un artículo en Cátedra Libre de la UIS sobre un informe
elaborado por el economista Nicholas Stern, antiguo
vicepresidente del Banco Mundial. El informe pronosticaba que, si no se tomaban
medidas inmediatas, el incremento del
nivel del mar y otros fenómenos ligados al cambio climático desplazarían a
millones de personas en el mundo y ocasionarían pérdidas económicas
incalculables.
Sin embargo, a pesar de estos sonoros campanazos de alerta, ya
en esos años existía mucho pesimismo sobre el Protocolo de Kyoto, suscrito supuestamente para controlar las emisiones
de gases invernadero. Acaba de terminar otra Cumbre Mundial y el
pesimismo tiende a aumentar. El titulo
de un artículo de la OECD resume el fiasco global: Rio + 20 = 0.
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