Publicado en Vanguardia Liberal en abril 20 de 2011
Así titula en su portada la edición de la revista francesa Science & Vie de abril 2011, se trata de un articulo preparado para evocar los 25 años de ocurrida la peor catástrofe nuclear de la historia. Una catástrofe que confirmó los temores de los científicos independientes y ambientalistas que habían alertado –desde los años 70- sobre los incalculables riesgos asociados a las centrales nucleares. Por supuesto que personas vinculadas a estas empresas nucleares siempre negaron la posibilidad de ocurrencia de semejante tragedia. A pesar de todo lo ocurrido algunos siguen minimizando estos riesgos; incluso ahora con el accidente nuclear ocurrido en Japón, a pesar de que el nivel de alerta ya fue elevado a la misma categoría que Chernobyl.
De ahí que vale la pena recordar lo que pasó en esta catástrofe que –como dice la revista francesa- no ha terminado, en un sitio considerado el más toxico del planeta. Y no terminará en los próximos 10.000 años, considerando que el tiempo de vida media de algunos radioisótopos es de miles de años. También que la ciencia y la tecnología contemporáneas no disponen de los medios para operar en forma segura estas tecnologías de generación de electricidad, en caso de un evento imprevisible, como puede ser una falla humana, un maremoto o un atentado terrorista.
Después de ocurrido el accidente de Chernobyl, el 26 de abril de 1986, se construyó sobre el reactor un gigantesco “sarcófago” de concreto y acero; una estructura que hoy tiene muchas filtraciones y amenaza con derrumbarse y dejar expuestos a la atmosfera 30 toneladas de polvo radiactivo. También 1200 toneladas de “lava” (mezcla del combustible nuclear que se mezcló con otros materiales) altamente radiactiva y cerca de 3 millones de litros de agua contaminada.
Para evitar una nueva catástrofe se construye otro encierro sobre el “sarcófago” a un costo de 2000 millones de dólares. Con muchas dificultades, ya que nadie puede penetrar ni acercarse mucho a la estructura. Hay una zona de exclusión alrededor de la central de varios kilómetros, que incluye pueblos fantasmas. Para completar, la nube radioactiva de 1986 contaminó 160.000 kilómetros cuadrados de tierras antes productivas, declaradas impropias para la agricultura por varios siglos, sobre todo en Bielorusia, país vecino de Ucrania. Varios proyectos de bioremediación de suelos se encuentran en curso… 25 años después del accidente.
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