Columna publicada en Vanguardia Liberal en octubre 26 de 2005
El domingo pasado, mientras degustábamos tiernas mazorcas de maíz, cosechadas por los agricultores ecológicos de Piedecuesta, evocamos los misterios que encierra este maravilloso producto de las culturas precolombinas. Unas culturas de las que tenemos mucho que aprender, tanto en tiempo pasado como presente. El maíz es un enigma para los científicos, que han presentado varias hipótesis para explicar su origen.
Aunque algunos han planteado que las primeras plantas fueron cultivadas en los Andes (Bolivia, Perú o Ecuador) o incluso algunos pocos abogan por un origen asiático, los rastros más antiguos se han detectado en México. Pequeñas mazorcas de maíz de más de 5 000 años fueron halladas en asentamientos indígenas. Es probable que de México, las semillas fueran llevadas a norte y suramérica. Mas tarde los agricultores europeos las sembraron y, de este continente, el maíz se difundió por todo el planeta.
Los estudiosos relacionan el maíz con el teosinte, una especie silvestre mexicana, con similitudes genéticas. Sin embargo, no se ha establecido si el maíz desciende del teosinte o si ambos provienen de un ancestro común, como el chimpancé y Homo sapiens. Para el autor Schery: “es tan diferente el maíz de cualquier planta silvestre conocida, que es imposible considerar cualquier especie actual como antepasada suya. La planta hoy no sobreviviría si el hombre no la plantase y cultivase”.
El maíz, planta milenaria y enigmática, esta amenazada por nuestra indeferencia y por la acción de transnacionales que buscan, y lo están logrando en algunos países, controlar toda la cadena alimenticia humana: suelos, semillas, agua, fertilizantes, gestión de plagas. No deja de ser curioso que México, la posible cuna del maíz, sea uno de los primeros países en los que se comprobó la “contaminación” de cultivos nativos con transgénicos.
Por lo anterior, la Asociación para la Educación Ambiental Zua Quetzal adelanta desde hace años actividades en torno a La Fiesta del Maíz, este año el 9 de octubre. Mi amigo Rainier Céspedes Ramírez anota: “Hay que decirlo. Nos gusta la chicha y la arepa santandereana de maíz amarillo (más nutritiva que la de harina refinada), pero charladito, con una buena dosis del espíritu de nuestros ancestros con cierta inspiración para sentirnos vivos y alegres. Sin fronteras y sin carteras. Fue así como se realizo un encuentro en Santander que reunió, en el año 2000, a indígenas Barí, U´was, Emberas y comunidades afro de la rivera del Magdalena, entre otros”.
“Los siguientes cuatro años, con el sonido de las costas, la música andina, las danzas, el teatro, las muestras hortícolas, la poesía y el debate sobre temas como el TLC y los transgénicos, propiciamos un espacio para la diversidad y la libertad cultural. Este año el programa promueve la siembra de maíz en escuelas y colegios públicos de Bucaramanga y Florida. Todo para ayudar a mantener viva la esperanza que como pueblo nos merecemos y la vida que como cultura hemos soñado hacer, en armonía con la madre naturaleza y los seres a los que sustenta”.
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