Colomna publicada en Vanguardia Liberal, febrero 9 de 2005
Un lector me escribe lo siguiente: “Usted mencionó la semana pasada a los perturbadores endocrinos, como si fueran un problema grave, comparable con los cambios climáticos o las guerras nucleares. Le agradecería ampliar la información”.
En los años 90 se generó una gran controversia en todo el mundo alrededor de la publicación del libro Nuestro Futuro Robado, con prólogo de Al Gore, exvicepresidente de los Estados Unidos. En éste, se analiza una información científica que le sigue las huellas a casos enigmáticos -pero crecientes- de defectos congénitos, anomalías sexuales y problemas de reproducción en animales… y humanos. Los autores relacionan estos problemas con la exposición a algunas sustancias químicas sintéticas. Estas, dirigen su acción contra el sistema endocrino, que regula procesos biológicos esenciales. De ahí su nombre: disruptores (del inglés) o perturbadores endocrinos.
El blanco de estas sustancias son las hormonas -los mensajeros químicos- y su entorno. No tienen una toxicidad aguda elevada pero… “sabotean las comunicaciones, siembran la desinformación” en órganos y tejidos. Los resultados: disminución de la fertilidad, penes muy pequeños, otras malformaciones genitales, cáncer y problemas en la tiroides, entre otros. Los científicos se preocupan -por ejemplo- por el aumento de anormalidades genitales en los bebes, como es el caso de testículos no descendidos o criptorquidia. Parece ser que los pequeños podrían ser los más afectados, en el vientre materno, donde resultan muy vulnerables.
Estas sustancias pueden ocasionar problemas enormes, incluso a dosis insignificantes. Se cree que todos los seres humanos estamos expuestos a estos perturbadores, que pueden estar en el agua “potable”, el aire, la comida o los fármacos. Se han detectado –incluso- en poblaciones de animales y de humanos alejadas de zonas urbanas o industriales, donde han llegado arrastradas por las corrientes marinas o atmosféricas.
Por eso fue prohibida la atrazina en algunos países, un herbicida que usamos en Colombia. Claro que aquí aplicamos hasta los prohibidos en el país, es el caso del endosulfan utilizado en cultivos de tomate, en forma ilegal. Hace poco una amiga me llamo para decirme que estaban vendiendo –en su barrio- DDT para matar cucarachas. Todos son considerados perturbadores endocrinos. El uso de hormonas en animales y humanos también es motivo de preocupación. Las inquietudes empezaron con una hormona sintética llamada dietilestilbestrol, o DES. En los años 40, 50 y 60 le fue recetada a millones de mujeres con problemas de embarazo. Y a vacas y pollos, para promover su rápido crecimiento. Años mas tarde, los estudios revelaron que el DES podía ocasionarle graves efectos secundarios a las madres…y a sus hijos e hijas.
A pesar de que los fabricantes intentan minimizar estos problemas, lo cierto es que muchos perturbadores han sido prohibidos y existen incontables programas de investigación en marcha. Me refiero –por supuesto- a otros países. No a Colombia donde la prioridad no es la investigación -ni la educación- sino la compra de aviones de guerra, el cierre de hospitales y la quiebra de los productores nacionales.
Un lector me escribe lo siguiente: “Usted mencionó la semana pasada a los perturbadores endocrinos, como si fueran un problema grave, comparable con los cambios climáticos o las guerras nucleares. Le agradecería ampliar la información”.
En los años 90 se generó una gran controversia en todo el mundo alrededor de la publicación del libro Nuestro Futuro Robado, con prólogo de Al Gore, exvicepresidente de los Estados Unidos. En éste, se analiza una información científica que le sigue las huellas a casos enigmáticos -pero crecientes- de defectos congénitos, anomalías sexuales y problemas de reproducción en animales… y humanos. Los autores relacionan estos problemas con la exposición a algunas sustancias químicas sintéticas. Estas, dirigen su acción contra el sistema endocrino, que regula procesos biológicos esenciales. De ahí su nombre: disruptores (del inglés) o perturbadores endocrinos.
El blanco de estas sustancias son las hormonas -los mensajeros químicos- y su entorno. No tienen una toxicidad aguda elevada pero… “sabotean las comunicaciones, siembran la desinformación” en órganos y tejidos. Los resultados: disminución de la fertilidad, penes muy pequeños, otras malformaciones genitales, cáncer y problemas en la tiroides, entre otros. Los científicos se preocupan -por ejemplo- por el aumento de anormalidades genitales en los bebes, como es el caso de testículos no descendidos o criptorquidia. Parece ser que los pequeños podrían ser los más afectados, en el vientre materno, donde resultan muy vulnerables.
Estas sustancias pueden ocasionar problemas enormes, incluso a dosis insignificantes. Se cree que todos los seres humanos estamos expuestos a estos perturbadores, que pueden estar en el agua “potable”, el aire, la comida o los fármacos. Se han detectado –incluso- en poblaciones de animales y de humanos alejadas de zonas urbanas o industriales, donde han llegado arrastradas por las corrientes marinas o atmosféricas.
Por eso fue prohibida la atrazina en algunos países, un herbicida que usamos en Colombia. Claro que aquí aplicamos hasta los prohibidos en el país, es el caso del endosulfan utilizado en cultivos de tomate, en forma ilegal. Hace poco una amiga me llamo para decirme que estaban vendiendo –en su barrio- DDT para matar cucarachas. Todos son considerados perturbadores endocrinos. El uso de hormonas en animales y humanos también es motivo de preocupación. Las inquietudes empezaron con una hormona sintética llamada dietilestilbestrol, o DES. En los años 40, 50 y 60 le fue recetada a millones de mujeres con problemas de embarazo. Y a vacas y pollos, para promover su rápido crecimiento. Años mas tarde, los estudios revelaron que el DES podía ocasionarle graves efectos secundarios a las madres…y a sus hijos e hijas.
A pesar de que los fabricantes intentan minimizar estos problemas, lo cierto es que muchos perturbadores han sido prohibidos y existen incontables programas de investigación en marcha. Me refiero –por supuesto- a otros países. No a Colombia donde la prioridad no es la investigación -ni la educación- sino la compra de aviones de guerra, el cierre de hospitales y la quiebra de los productores nacionales.
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