Manejar
en Bucaramanga y su área metropolitana se ha convertido en una pesadilla. Uno de los problemas es que muchos
conductores hacen todo lo contrario a lo que dictan las señales de tránsito.
Por ejemplo, hace unos días frené mi vehículo al llegar a una señal de parar, a
la salida de Provenza. Para mi sorpresa, pocos segundos después un vehículo me
impactó por detrás y me arrastró varios metros. No es la primera vez, hace unos
años frené al llegar a un semáforo que estaba pasando a rojo; en esa ocasión
fue un bus el que me arrastró. Muchos
tienen la tendencia, no a frenar, sino a
acelerar al llegar a un semáforo en amarillo o rojo.
Ahora,
cada vez tenemos más loquitos conduciendo pues el servicio que presta Metrolínea es pésimo y muchos han optado por
comprar motos que han invadido la ciudad. De vez en cuando tomo Metrolínea y he podido
constatar que las quejas que plantean a diario sus usuarios permanentes son justificadas. Salgo
a tomar el bus que me corresponde en Provenza; en la parada los usuarios debemos
esperar que pasen tres o cuatro buses completamente repletos, por lo mismo no
paran. Tenemos suerte, pues en otros barrios sencillamente no pasan.
El pésimo servicio obliga a muchos a optar por taxis colectivos, carros
piratas o motos; lo que hace prever que no
será fácil que Metrolinea alcance su
punto de equilibrio. En una columna que
escribí en octubre de 2011 (Un desastre llamado Metrolínea) advertía que “se trata de problemas estructurales, que
no se solucionarán con pañitos de agua tibia”.
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