Publicado en Vanguardia Liberal en noviembre 18 de 2009
Desde hace varios siglos presuntos profetas vienen advirtiendo que “el fin está cerca”. Sobre todo al finalizar un siglo o en fechas “cabalísticas”. Por ejemplo, al aproximarse el año 2000 muchos pronosticaron que el fin –por fin- había llegado. Sin embargo, después de las rumbas de fin de siglo, se comprobó que la película humana continuaría.
A algunos fanáticos si les llegó el fin. Es el caso de la secta apocalíptica de Uganda “Restauración de los Diez Mandamientos de Dios”. Durante 1999 su “profeta” animó a los fieles a vender sus propiedades pues el mundo acabaría el 31 de diciembre. Así, vendieron sus propiedades, entregaron los dineros a la secta y se encerraron a esperar el fin. Que llegó en medio de explosiones y gases venenosos. Cientos de personas de esta secta se suicidaron o fueron asesinadas por sus líderes, para demostrar la veracidad de las “profecías” o para robarles la plata a sus víctimas.
Cuando se constató que el fin del mundo no llegó en el año 2000, las manifestaciones apocalípticas se replegaron. Hasta que la destrucción de las torres gemelas en el 2001 volvió a agitar el cotarro. Una encuesta de TIME y CNN, realizada después del atentado, concluyó que el 60% de los estadounidenses creía que las profecías del Apocalipsis se cumplirían. Se vendieron millones de libros y videos apocalípticos. Similar secuencia se desarrolló antes del día 6 del mes 6 del año 2006, fecha en la que -según los “apocaliptólogos”- se configuraría el 666, el número de La Bestia. Hollywood aprovechó el desorden y ese día presentó la enésima versión de la película La Profecía.
Este año los profetas del desastre volvieron a las andadas. Esta vez el fin del mundo ocurrirá en el año 2012, según profecías atribuidas a los desaparecidos mayas. Muy seria la cosa, sobre todo que uno de los calendarios que promueve la taquillera película 2012 no es maya sino azteca. En realidad los mayas nunca predijeron tal cosa. Los mayas se referían al final de un ciclo y al reinicio de otro que traería cambios. El mismo Apocalipsis anuncia que después de las tribulaciones, el mundo no se acabará sino que “llegará un cielo nuevo y una tierra nueva” “y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor”.
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