Columna publicada en Vanguardia Liberal en enero 9 de 2008
Este fin de año estuve trotando por las playas del norte de Cartagena, son impresionantes los cambios registrados en este sector de la ciudad amurallada. Sobre todo en La Boquilla. Resulta que la imparable construcción de grandes hoteles y apartamentos hacia el norte, ha ido desplazando lenta pero masivamente a los antiguos pescadores de La Boquilla, que vendieron sus predios y hoy sobreviven hacinados en zonas tuguriales, que se han expandido como resultado del desalojo.
Conocí de cerca estas comunidades de pescadores negros cuando era niño y en los años 80 como investigador del Inderena. En esos años, los boquilleros eran pobres, pero esa era una pobreza muy diferente a la de hoy pues ellos tenían casa, trabajo, comida y salud. Hoy no es así, la pesca ha desaparecido por el deterioro ambiental generalizado. Por ello, las redes en diciembre estaban casi vacías. Solo arrastraban muchas venenosas aguamalas y unos pocos camarones. Los pescadores de hoy están mal alimentados, además, han perdido su cabaña cerca al mar y la tranquilidad, pues padecen la violencia y la degradación social que acompaña estos procesos.
Se muestra el auge de la construcción y el gran turismo como un síntoma de “progreso” de la Heroica, pero poco se habla del precio que pagan los cartageneros del común por la descomunal degradación ambiental, social y moral que carcome la ciudad. El problema no es sólo en Cartagena, recordemos que el exgobernador de Cundinamarca esta siendo procesado por “extorsionar” areneros y pescadores, para quedarse con sus tierras. Otro ejemplo: uno de los efectos de la expansión paramilitar fue el desalojo de familias pobres de zonas bananeras, mineras e industriales donde políticos y empresarios utilizaron a los armados para su propio beneficio.
El denominador común de estos procesos “legales” o “ilegales” de “desarrollo” es que se realizan a expensas de los más pobres. ¿Será que por este camino veremos algún día la luz al final del túnel? Mientras tanto, el país sigue sumergido en una ola tras otra de bochinches y tele-novelerías que distraen a la gente de los problemas esenciales. El último show es el del niño Emmanuel, en el que nadie gano nada pues los secuestrados siguen pudriéndose en la selva y la paz no parece cercana, si nos atenemos al enorme gasto militar previsto para el 2008.
Este fin de año estuve trotando por las playas del norte de Cartagena, son impresionantes los cambios registrados en este sector de la ciudad amurallada. Sobre todo en La Boquilla. Resulta que la imparable construcción de grandes hoteles y apartamentos hacia el norte, ha ido desplazando lenta pero masivamente a los antiguos pescadores de La Boquilla, que vendieron sus predios y hoy sobreviven hacinados en zonas tuguriales, que se han expandido como resultado del desalojo.
Conocí de cerca estas comunidades de pescadores negros cuando era niño y en los años 80 como investigador del Inderena. En esos años, los boquilleros eran pobres, pero esa era una pobreza muy diferente a la de hoy pues ellos tenían casa, trabajo, comida y salud. Hoy no es así, la pesca ha desaparecido por el deterioro ambiental generalizado. Por ello, las redes en diciembre estaban casi vacías. Solo arrastraban muchas venenosas aguamalas y unos pocos camarones. Los pescadores de hoy están mal alimentados, además, han perdido su cabaña cerca al mar y la tranquilidad, pues padecen la violencia y la degradación social que acompaña estos procesos.
Se muestra el auge de la construcción y el gran turismo como un síntoma de “progreso” de la Heroica, pero poco se habla del precio que pagan los cartageneros del común por la descomunal degradación ambiental, social y moral que carcome la ciudad. El problema no es sólo en Cartagena, recordemos que el exgobernador de Cundinamarca esta siendo procesado por “extorsionar” areneros y pescadores, para quedarse con sus tierras. Otro ejemplo: uno de los efectos de la expansión paramilitar fue el desalojo de familias pobres de zonas bananeras, mineras e industriales donde políticos y empresarios utilizaron a los armados para su propio beneficio.
El denominador común de estos procesos “legales” o “ilegales” de “desarrollo” es que se realizan a expensas de los más pobres. ¿Será que por este camino veremos algún día la luz al final del túnel? Mientras tanto, el país sigue sumergido en una ola tras otra de bochinches y tele-novelerías que distraen a la gente de los problemas esenciales. El último show es el del niño Emmanuel, en el que nadie gano nada pues los secuestrados siguen pudriéndose en la selva y la paz no parece cercana, si nos atenemos al enorme gasto militar previsto para el 2008.
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