Columna publicada en Vanguardia Liberal en diciembre 6 de 2006
El martes de la semana pasada, El Tiempo –medio que ha declarado su uribismo en varios editoriales- tituló en la primera página: “La vida les mejoró a 28% de pobres de un censo al otro”. Según el censo del DANE del 2005, la población con necesidades básicas insatisfechas se redujo con relación a 1993. Pero el sábado, en una nota relegada a la página 25, El Tiempo informa que –según el mismo DANE- el desempleo siguió aumentando dramáticamente. ¿Noticias medio positivas para el gobierno en primera página y negativas en la última?
En todo caso, parece pertinente preguntarse ¿Cómo es posible que la vida mejore para los pobres, mientras continúa creciendo el desempleo? Y, según las declaraciones de la congresista estadounidense Linda Sánchez, crecerá aun más con el TLC uribista. “El TLC no es malo sino malísimo”, ha dicho.
Sea como fuese, es esencial debatir sobre la calidad de la información y la forma como se le presenta a los colombianos. Los problemas empiezan con la baja credibilidad que tiene el DANE. No se trata de infamias de la oposición, ya que las críticas más duras provienen de funcionarios del gobierno. Recordemos que hace poco el Ministro de Agricultura cuestionó ácidamente los últimos resultados publicados por el DANE, sobre los pésimos resultados en el campo. Claro que este gobierno sólo cree en las cifras que lo favorecen.
La Federación Colombiana de Municipios, por su parte, ha señalado: “los alcaldes y gobernadores del país criticaron las cifras (del DANE) y algunos de ellos sostuvieron que van a realizar sus propios empadronamientos. Algunos mandatarios calificaron el (último) censo de mentiroso”.
Más allá de los cuestionamientos al DANE, el caso es que la pobreza no puede ser analizada sólo con base en las necesidades básicas (viviendas, servicios, educación niños, otros), pues esta metodología no considera la complejidad del problema. Cualquier persona que visite los barrios populares en Colombia puede constatar que la pobreza de hoy es mucho más dura que la de antes.
Los campesinos y pescadores de hace 30 años eran pobres pero disponían de comida, agua y espacio en las zonas rurales y no pagaban arriendos, servicios y transporte. En la actualidad, millones viven hacinados en zonas urbanas donde no hay empleo digno, ni comida, ni salud, pero sí una tremenda inseguridad asociada a la degradación social extrema. Muchos habitan en microviviendas conectadas a sistemas eléctricos y de acueducto y alcantarillado, pero eso no implica que su situación tienda a mejorar con el tiempo, todo lo contrario.
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