Publicado en diciembre 7 de 2011
En un inesperado ataque de lucidez, el Ministro de Transporte dijo la semana pasada: "la deforestación, el sobrepastoreo y el descuido de laderas son los enemigos de las vías del país". Hay que celebrar que este y otros funcionarios dejen de echarle toda la culpa del desastre al cambio climático; este fenómeno global es un hecho y -sin lugar a dudas- ha agravado la catástrofe invernal. Pero, como ya se ha advertido, si el cambio climático llega sobre una cuenca hidrográfica ordenada y bien administrada, sus efectos son menos dramáticos que si aterriza sobre cuencas devastadas y desordenadas; como las nuestras.
Sobre todo que en el caso de las laderas, el Código de los Recursos Naturales (artículo 186) prohíbe desde 1974: "destruir la vegetación natural de los taludes de las vías de comunicación, ya los dominen o estén situados por debajo de ellos".
Como aquí hacemos todo lo contrario a lo que ordena la legislación, empezando por las autoridades, nos dedicamos a deforestar las laderas para sembrar yuca o plátano o criar vacas. Lo insólito es que ahora nos sorprendemos de lo pronosticado hace décadas. Por supuesto que la culpa no es de los agricultores y ganaderos que de algo tienen que vivir. Sino de la incapacidad de nuestros gobiernos de adelantar reformas agrarias y urbanas serias; como las que aplicaron otros países hace 50 años (el tiempo que ha durado nuestro conflicto).
En lo urbano, tenemos millones de personas viviendo en zonas de alto riesgo, en laderas inestables o al borde de los ríos. No son solo invasiones "ilegales", sino que muchos son asentamientos "legales", incluso en estratos medios y altos.
En el sector rural, la cosa es grave. El último informe de la Universidad Nacional estima la deforestación anual en 470.000 hectáreas; por el desordenado avance de la frontera agrícola, por la extracción de madera y otro tanto por cultivos ilícitos. Factores asociados a los graves problemas de corrupción, pobreza y desigualdad que padece Colombia. Más deforestación implica más erosión y más sedimentación de ríos; estos pierden su capacidad de drenar las aguas y se desbordan fácilmente.
La cifra de la Universidad Nacional casi duplica los estimativos del gobierno: 238.000 hectáreas deforestadas. Lo que confirma otro de los problemas nacionales: la ausencia de información confiable, requerida para la toma de decisiones
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