Publicada en Vanguardia Liberal en octubre 19 de 2011
En su libro El Viaje, Emilio Arenas cuenta cómo en el siglo XVII las personas navegaban por el río Lebrija para llegar a Cartagena o Santa Marta. El historiador estima que desde el mar hasta Girón un viajero gastaba dos meses. No existían entonces buques con motores como los de hoy, que reducen notoriamente la travesía fluvial.
Por lo mismo, en los países serios la navegabilidad de estas corrientes se preserva, ya que constituyen vías de comunicación más económicas que las terrestres; al mismo tiempo las mismas tienen un enorme potencial turístico y pesquero. ¿Se imaginan viajar a la costa en barco desde estas lomas?
En todo caso, el Lebrija era un río navegable (es decir, profundo) muy importante en siglos pasados. Sin embargo, mediciones realizadas por el Inderena hace 20 años (La crisis del agua en Santander, 1993) comprobaron que el Lebrija ya había perdido gran parte de su capacidad de navegación. Anota el anterior informe: "Los sedimentos provenientes de procesos erosivos en la cuenca se depositan en la represa de Bocas. Periódicamente los lodos son evacuados y miles de toneladas se decantan sobre el lecho; este fenómeno contribuye a que hoy la profundidad media en la zona muestreada sea de 60 centímetros, con las consecuencias conocidas: aumento de las inundaciones, pérdida de navegabilidad y restricciones al riego, entre otras. Todo lo cual puede amenazar la seguridad de los habitantes ribereños".
Claro, un río repleto de sedimentos pierde su capacidad de canalizar las aguas y se desborda fácilmente, sobre todo en época de lluvias intensas. La cosa es particularmente grave en antiguos humedales, colonizados por proyectos agrícolas o urbanos.
Como nadie le prestó atención a esta y otras advertencias, la situación sólo podía empeorar con el paso del tiempo y los cambios climáticos. Por eso cada año leemos noticias –cada vez más alarmantes- sobre tragedias en este y otros sistemas acuáticos a lo largo y ancho de este desordenado país. El irresponsable manejo del territorio no solo produce inundaciones, también ocasiona derrumbes que arrasan con casas de pobres y ricos.
Igual con las vías, a pesar de que el artículo 186 del Código de los Recursos Naturales prohíbe (desde 1974): "destruir la vegetación natural de los taludes de las vías de comunicación o de canales, ya los dominen o estén situados por debajo de ellos".
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