Teresa, una mujer de edad indefinida, muestra en su cuerpo las huellas inconfundibles de la pobreza extrema. Vive en un “rancho” con sus seis hijos, en uno de esos asentamientos inhumanos que se expanden –como un cáncer- en las ciudades colombianas. El futuro de su prole es incierto: el hijo mayor –que hoy tendría 18 años- fue acribillado por hombres armados que mangonean en las barriadas. El de 17 años embarazó a una niña, ambos viven con Teresa. Su hija de 15 tuvo un bebe, que también los acompaña.
Teresa se inquieta por los menores, en un entorno social que los condena al rebusque en las calles y los basureros. O a la prostitución, las drogas o las bandas armadas.
Teresa no tiene servicios en su vivienda, estos son colectivos, bien colectivos: existe un sanitario por cada 40 personas. Un lavadero por cada 30. Por eso, muchos hacen sus necesidades y lavan sus ropas –como en el siglo 19- en la quebrada cercana. Para cocinar, algunos utilizan un cilindro de gas que les cuesta 34.000 pesos y dura 20 días.
Estas personas gastan más en gas que una familia de estrato cuatro, que dispone de gas domiciliario. Como la mayoría no puede pagar el cilindro, cocinan con madera o con electricidad, que es más costosa. No para ellos, que se “cuelgan” ilegalmente de las redes eléctricas.
Para los pobres, cuyo número crece en la medida que se profundizan los antimodelos neoliberales –como el de este gobierno- las Navidades son tristes. Este año será peor, por los desastres ocasionados por las lluvias, pero sobre todo por la inexistencia de políticas serias de gestión ambiental en Colombia. Otras catástrofes, como la de las pirámides, se desarrollaron en las barbas de un gobierno que no supo - ¿o no quiso?- parar el fenómeno en sus orígenes, ni tampoco adelantar acciones correctivas inteligentes.
Personas compasivas recolectan por estas fechas regalos para los más pobres; son acciones que debemos apoyar. Sin embargo, el Génesis advierte: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Es que las limosnas (incluyendo los subsidios uribistas-reeleccionistas) no ayudan a construir ciudadanía ni dignidad, como sí lo hacen la educación y el trabajo honrado. Pero la educación y el trabajo escasean en sistemas socioeconómicos que no reducen sino que profundizan la desigualdad.
Teresa se inquieta por los menores, en un entorno social que los condena al rebusque en las calles y los basureros. O a la prostitución, las drogas o las bandas armadas.
Teresa no tiene servicios en su vivienda, estos son colectivos, bien colectivos: existe un sanitario por cada 40 personas. Un lavadero por cada 30. Por eso, muchos hacen sus necesidades y lavan sus ropas –como en el siglo 19- en la quebrada cercana. Para cocinar, algunos utilizan un cilindro de gas que les cuesta 34.000 pesos y dura 20 días.
Estas personas gastan más en gas que una familia de estrato cuatro, que dispone de gas domiciliario. Como la mayoría no puede pagar el cilindro, cocinan con madera o con electricidad, que es más costosa. No para ellos, que se “cuelgan” ilegalmente de las redes eléctricas.
Para los pobres, cuyo número crece en la medida que se profundizan los antimodelos neoliberales –como el de este gobierno- las Navidades son tristes. Este año será peor, por los desastres ocasionados por las lluvias, pero sobre todo por la inexistencia de políticas serias de gestión ambiental en Colombia. Otras catástrofes, como la de las pirámides, se desarrollaron en las barbas de un gobierno que no supo - ¿o no quiso?- parar el fenómeno en sus orígenes, ni tampoco adelantar acciones correctivas inteligentes.
Personas compasivas recolectan por estas fechas regalos para los más pobres; son acciones que debemos apoyar. Sin embargo, el Génesis advierte: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Es que las limosnas (incluyendo los subsidios uribistas-reeleccionistas) no ayudan a construir ciudadanía ni dignidad, como sí lo hacen la educación y el trabajo honrado. Pero la educación y el trabajo escasean en sistemas socioeconómicos que no reducen sino que profundizan la desigualdad.
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