Columna publicada en Vanguardia Liberal en agosto 13 2008
La inauguración de los Juegos Olímpicos es siempre un evento emocionante y fastuoso. Sin embargo, hay que reconocer que la República Popular China se lució con el sorprendente espectáculo con que inauguró las actuales Olimpiadas la semana pasada.
También se han destacado sus atletas, que lideran –en el momento- el tablero de medallas. El lunar del evento –según han informado los medios- es la contaminación existente en la capital del país más poblado del planeta y uno de los mayores emisores de gases de invernadero, relacionados con el calentamiento global. El legendario corredor de fondo etiope Haile Gebreselassie justificó su no asistencia al certamen advirtiendo: “No voy, no quiero suicidarme”. “Es una decisión que tomé para proteger mi salud” “El maratón será imposible a causa de la contaminación, el calor y la humedad”.
Los ciclistas de Estados Unidos fueron criticados pues llegaron al país usando máscaras antigases y diferentes deportistas le han achacado a la contaminación sus trastornos y bajos rendimientos.
Beijing es –en efecto- considerada como una ciudad con elevados niveles de contaminación. Previendo estos problemas las autoridades chinas tomaron medidas para reducir la contaminación del aire durante los Juegos; por ejemplo, cerraron muchas fábricas y construcciones y restringieron el tráfico de vehículos.
Pero aun con estas medidas, los datos publicados son alarmantes, no tanto para los atletas que seguramente experimentarán molestias temporales, sino para los habitantes de la enorme ciudad, que deben respirar todo el tiempo la venenosa mezcla de gases, vapores y partículas. Se ha informado, por ejemplo, que la concentración de partículas PM10 (menores de 10 micrómetros) cerca de la sede de los Juegos supera ampliamente la norma establecida por la Organización Mundial de la Salud, en 50 microgramos por metro cúbico.
La contaminación del aire ha sido relacionada con diferentes trastornos de salud, que afectan las vías respiratorias y el corazón, entre otros. Por supuesto que las ciudades colombianas no escapan a esta realidad y algunas cifras reportadas en el país superan incluso la norma nacional, que es más laxa que la internacional. Con un agravante: muchos contaminantes no se miden, así que no sabemos su real concentración en el aire. Aquí como allá las autoridades tratan de minimizar un problema que ocasiona muchas más enfermedades y muertes anuales que los terroristas de todos los pelajes.
La inauguración de los Juegos Olímpicos es siempre un evento emocionante y fastuoso. Sin embargo, hay que reconocer que la República Popular China se lució con el sorprendente espectáculo con que inauguró las actuales Olimpiadas la semana pasada.
También se han destacado sus atletas, que lideran –en el momento- el tablero de medallas. El lunar del evento –según han informado los medios- es la contaminación existente en la capital del país más poblado del planeta y uno de los mayores emisores de gases de invernadero, relacionados con el calentamiento global. El legendario corredor de fondo etiope Haile Gebreselassie justificó su no asistencia al certamen advirtiendo: “No voy, no quiero suicidarme”. “Es una decisión que tomé para proteger mi salud” “El maratón será imposible a causa de la contaminación, el calor y la humedad”.
Los ciclistas de Estados Unidos fueron criticados pues llegaron al país usando máscaras antigases y diferentes deportistas le han achacado a la contaminación sus trastornos y bajos rendimientos.
Beijing es –en efecto- considerada como una ciudad con elevados niveles de contaminación. Previendo estos problemas las autoridades chinas tomaron medidas para reducir la contaminación del aire durante los Juegos; por ejemplo, cerraron muchas fábricas y construcciones y restringieron el tráfico de vehículos.
Pero aun con estas medidas, los datos publicados son alarmantes, no tanto para los atletas que seguramente experimentarán molestias temporales, sino para los habitantes de la enorme ciudad, que deben respirar todo el tiempo la venenosa mezcla de gases, vapores y partículas. Se ha informado, por ejemplo, que la concentración de partículas PM10 (menores de 10 micrómetros) cerca de la sede de los Juegos supera ampliamente la norma establecida por la Organización Mundial de la Salud, en 50 microgramos por metro cúbico.
La contaminación del aire ha sido relacionada con diferentes trastornos de salud, que afectan las vías respiratorias y el corazón, entre otros. Por supuesto que las ciudades colombianas no escapan a esta realidad y algunas cifras reportadas en el país superan incluso la norma nacional, que es más laxa que la internacional. Con un agravante: muchos contaminantes no se miden, así que no sabemos su real concentración en el aire. Aquí como allá las autoridades tratan de minimizar un problema que ocasiona muchas más enfermedades y muertes anuales que los terroristas de todos los pelajes.
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