Publicado en Vanguardia Liberal en mayo 29 de 2013
Progreso
para todos, no para unos pocos, como ocurre en Colombia y otros países de
América Latina. “La región del mundo con mayor desigualdad en el ingreso”, según
recientes informes del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo. Esta tremenda desigualdad social y
económica resulta un excelente caldo de cultivo para la proliferación de graves
problemas sanitarios y ambientales. Y también,
por supuesto, en este inequitativo contexto se incuban la mayoría de los
hechos de violencia y criminalidad que padecemos en estos países.
He señalado en columnas anteriores que los países de Centro América
que hicieron acuerdos de cese de hostilidades
con los grupos armados hace décadas, enfrentaron posteriormente (y
enfrentan) graves problemas derivados de la aparición de bandas integradas por
miles de jóvenes delincuentes (Maras) que
aterrorizan a la población. En estos países, los grupos armados dejaron las
armas pero no se hicieron reformas
sociales pertinentes y eficaces.
En todo caso, aparte de los locuaces desadaptados del gobierno
anterior, la mayoría de los colombianos (según las encuestas) apoyamos los
recientes acuerdos entre el gobierno y las Farc. Sobre todo que estos primeros acuerdos plantean “un
ambicioso plan de adjudicación de tierras a campesinos”, y políticas que
consideren a “los desplazados y a los que han sufrido despojos”. Ahora, ya se
sabe que la distribución de tierras no es suficiente si no existen apoyos en
términos de asesoría, capacitación y créditos que permitan mejorar los bajos
rendimientos agrícolas que caracterizan la producción colombiana. Según han
declarado las partes, estos aspectos también han sido incluidos en los
acuerdos.
La declaración oficial también advierte que el acuerdo “contiene
acciones para preservar el medio ambiente”. No podría ser de otra manera ya que
la producción agrícola y pecuaria mundial se orienta hacia la agricultura
sostenible; eliminando malas prácticas asociadas al uso intensivo de agro
tóxicos que afectan la calidad de productos, que cada vez tienen menos demanda
en el mercado internacional.
“La agricultura sostenible armoniza los intereses de la gente, la
competitividad y el cuidado del planeta”, dice Marty Matlock, profesor
de Ingeniería Agrícola de la Universidad de
Arkansas.
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